Bulimia nerviosa en adolescentes: síntomas, causas y ayuda paso a paso

Bulimia nerviosa en adolescentes: síntomas, causas y ayuda paso a paso
Gaspar Medrano 6 jul 2025 0 Comentarios

Hay cosas que se esconden mejor que los gatos cuando se les llama para ir al veterinario. La bulimia nerviosa en adolescentes es una de ellas. Aunque veas a tu hijo o tu amiga reírse en fotos, sacar buenas notas o incluso aparentar tener mucha vida social, lo que ocurre tras una puerta cerrada puede ser mucho más serio. Este trastorno alimenticio afecta a chicos y chicas por igual, y sí, aunque sigue rodeado de secretismo, es mucho más común de lo que imaginas. España, por cierto, no sale bien parada: según la Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia, 1 de cada 20 chicas entre 12 y 21 años presenta síntomas compatibles con bulimia nerviosa. Y no es solo un asunto de imagen: hay mucho más en juego.

Cómo reconocer los signos ocultos de la bulimia nerviosa

Detectar la bulimia puede resultar tan complicado como pillar a Altai, mi gato, tragándose una croqueta fuera de hora. A lo visible (como ir mucho al baño después de comer) se suman esos detalles discretos que a veces se pasan por alto: envoltorios de comida escondidos, grandes cambios de peso en poco tiempo o, incluso, esa costumbre de hablar mal de su propio cuerpo. ¿Notas que tu hija gasta más en chicles o caramelos para disimular el aliento? ¿O que empieza a aislarse de comidas familiares diciendo que ya comió antes? Estos son los pequeños grandes detalles que deben ponernos en alerta.

Un chico con bulimia suele alternar episodios de atracones con comportamientos «compensatorios»; es decir, vomitar a propósito, usar laxantes, hacer ejercicio en exceso o ayunar. Es una lucha interna: comen mucho en poco tiempo –a escondidas, con sentimientos intensos de culpa– y luego buscan deshacerse de esas calorías como sea. Y ojo, que no siempre se asocia a personas muy delgadas. Muchos adolescentes con bulimia mantienen un peso normal, lo que lo hace todavía más difícil de ver desde fuera.

¿Qué más puede llamar la atención? Cambios en el humor, irritabilidad, baja autoestima, notas escolares que bajan sin motivo aparente. También dolores de garganta frecuentes (por el ácido estomacal al vomitar), heridas en los nudillos, dientes más sensibles e hinchazón de mejillas por glándulas salivales inflamadas. Los expertos coinciden: cuanto antes se detecte el trastorno, mayor es la probabilidad de recuperar la salud física y mental.

Una tabla sencilla para aclarar qué buscar:

Signo/AcciónPosible relación con bulimia
Ir al baño justo tras comerPara provocarse el vómito
Desaparición rápida de mucha comidaAtracones frecuentes
Compra de laxantes/diuréticosCompensaciones dañinas
Envoltorios de comida escondidosEpisodios de atracones
Dientes dañadosÁcido estomacal tras vómitos
Rituales raros con la comidaIntento de controlar emociones
Aislamiento social en comidasEvitar ser descubierto

No hace falta marcar todas las casillas para sospechar. Un solo síntoma no significa bulimia, pero varios juntos sí deberían poner en alerta a cualquier padre, tutor o amigo.

Por qué aparece la bulimia: desde las redes sociales hasta el entorno familiar

Por qué aparece la bulimia: desde las redes sociales hasta el entorno familiar

En la sociedad de los likes, la presión por la apariencia física es constante. Un solo comentario desafortunado puede ser el inicio: “menuda tripa tienes hoy”, “se te ve mejor más delgada”, o incluso la broma más inocente en un grupo de WhatsApp. La adolescencia es una etapa de vulnerabilidad brutal y lo que para un adulto no pasa de una tontería, para un chaval puede ser la chispa que lo cambie todo.

No es solo culpa de las redes, aunque el bombardeo visual de cuerpos «perfectos» en Instagram y TikTok no ayuda precisamente. Hay una mezcla de factores: genética, presión escolar, problemas familiares, ansiedad, baja autoestima y hasta creencias culturales sobre el cuerpo y la comida. Estudios del Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona) han confirmado que el riesgo aumenta cuando hay familiares con trastornos alimenticios o problemas con la regulación emocional.

Las chicas suelen recibir más presión sobre su aspecto físico, pero cada vez hay más chicos con bulimia. Y el perfil ha cambiado: da igual si viene de una familia estructurada o caótica, si saca notas brillantes o se escaquea de clase. La obsesión por el control y la perfección son detonantes clave. Si a eso le sumas estilos de crianza muy exigentes, mensajes contradictorios sobre la alimentación o situaciones de bullying, la receta está servida.

Por raro que suene, la pandemia también disparó los casos, según la Asociación Española para el Estudio de los Trastornos del Comportamiento Alimentario (AEETCA), con una subida del 25% en consultas. El aislamiento social, el exceso de tiempo en casa y la sobreexposición a redes aceleraron la aparición de conductas de riesgo. Hay que aceptar que ninguno estamos blindados: padres muy atentos y cariñosos, familias abiertas, todos pueden encontrarse de golpe con una situación así.

  • No ridiculices ni minimices comentarios del adolescente sobre su peso. Puede ser una petición de ayuda disfrazada.
  • Evita usar la comida como premio o castigo, porque refuerza esa relación tóxica con los alimentos.
  • Pregunta cómo se sienten en la escuela, con sus amigos, en su propio cuerpo. Muchas veces, el problema está más en lo emocional que en la comida.
  • Forma parte de la solución hablando abiertamente sobre diversidad corporal y salud mental, sin juicios ni etiquetas.

Y no, esto no se arregla “echándole ganas”. Hacen falta acompañamiento, terapia y mucha paciencia, no castigos ni amenazas. El apoyo familiar es clave, pero no estamos solos: hay psicólogos, pediatras y grupos de apoyo que pueden marcar la diferencia.

Cómo ayudar a un adolescente con bulimia: pasos prácticos y primeros auxilios emocionales

Cómo ayudar a un adolescente con bulimia: pasos prácticos y primeros auxilios emocionales

Uno de los errores más comunes es intentar controlar la comida o los hábitos de alguien con bulimia desde el enfado o el miedo. El primer paso, aunque cueste, es abrir la puerta al diálogo: sin juicios, sin acusaciones y sin convertirlo en un interrogatorio. Un “me preocupa cómo te has estado sintiendo últimamente, ¿quieres hablar?” puede servir mucho más que revisar cajones buscando laxantes.

No subestimes la escucha activa. Si el adolescente siente que puede contar con un adulto que no va a juzgar ni a dramatizar, el camino se abre. Y aquí va un dato: según la Fundación Fita, los jóvenes que sienten apoyo familiar buscan tratamiento antes y tienen mejor pronóstico. Intentar entender, antes que sermonear, es mucho más eficaz. Puede costar gestionar las emociones propias (rabia, culpa, miedo), pero el foco debe estar en ayudar, no en buscar culpables.

¿Qué hacer? Aquí tienes una lista práctica de “primeros auxilios” en casa:

  • Mantén la rutina familiar de comidas, pero sin presionar ni controlar cantidades.
  • No hables de calorías ni del peso, mejor ocúpate de cómo se siente la persona.
  • Ofrece cariño y comprensión, incluso si aparece rechazo o mentiras (son parte del trastorno, no ataques personales).
  • Busca cuanto antes apoyo psicológico especializado. No todos los psicólogos saben tratar bulimia nerviosa; pregunta por equipos con experiencia en trastornos alimenticios.
  • Recuerda a los profes o entrenadores deportivos la situación. Pueden ser aliados y detectar señales en el día a día.
  • Haz hueco a actividades que no giren en torno a la comida ni el físico: cine, paseos, juegos, voluntariado, lo que funcione.
  • Sigue aprendiendo: hay buen material en la web del Hospital Niño Jesús, las guías de ADANER o la red de hospitales públicos.

El tratamiento de la bulimia suele combinar terapia psicológica, educación nutricional y seguimiento médico. En muchos casos, la terapia cognitivo-conductual tiene la mejor evidencia, enseñando a los jóvenes a identificar y modificar pensamientos y conductas dañinas. Tan importante como la terapia es detectar posibles complicaciones: problemas de corazón, riñón, huesos o dientes. Por eso, el pediatra debe formar parte del equipo desde el primer momento.

No todos los adolescentes aceptan enseguida que tienen un problema. Aquí la paciencia es tu mejor aliado. Si rechazan la ayuda, busca tú apoyo –para ti y para la familia– en grupos de padres, asociaciones o incluso charlas con otros padres que han pasado por esto.

¿Y los datos positivos? Ocho de cada diez adolescentes que inician terapia de forma temprana logran recuperarse o mejorar mucho, según datos de la AEETCA. Pero es vital no rendirse ante las recaídas: pedir ayuda cada vez que vuelva un síntoma es una victoria, no un fracaso. Nadie sale solo de esto, y cada conversación abierta, cada abrazo a tiempo, cuenta más de lo que parece. Al igual que mi gato Altai, que con paciencia y algunos mimos siempre acaba saliendo de su escondite, a veces solo hace falta quedarse cerca y no rendirse.